Nadie escribió un solo renglón en la Historia sin abrazarse antes con el miedo. Y nada impone más que ver a un torero a pecho descubierto frente al destino de seis toros. Pero sin riesgo no hay paraíso. Sin dolor no hay hondura ni recuerdo. Lo sabe el espíritu inquieto de Emilio de Justo: su pureza, esa que bebe en el Camarón capaz de inundar las fuentes secas, se forjó una larga década en la fragua del acero y el ostracismo. Ahora, en lo alto de la cúspide, se enfrenta al gran desafío de su vida.

—Solo ver su nombre anunciado como único espada en Las Ventas asusta.

—Ni lo miro cuando paso por delante de la plaza. En la presentación del… Ver Más

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