Bajo el templado sol de marzo, te preguntas, ay, si veremos hermandades, si nos tomaremos la penúltima en una cruz de mayo, si habrá patios que ver o si esta vez tendremos Feria. La vida se agarra a las cuestiones menores como chicles en las suelas de los zapatos para huir del espanto, del horror, de una muerte emitida en directo por teléfonos móviles de última generación.

Ante la imposibilidad de concebir lo inconcebible, lo único que queda es amarrarse, como Ulises ante el atronar de las sirenas que anuncian el desastre, al palo mayor de la vida pequeña para no advertir que esos chicos armados que salen en el telediario podrían ser tus hijos. Que esa madre desconsolada en la frontera de la desgracia podría ser la tuya propia. Que esa ruina despanzurrada del telediario podría ser tu salón. Que esa ciudad destruida pero no humillada podría ser —que es, en cierto modo— la tuya.

Las pequeñas cosas se convierten en lo único mundano, disponible, para seguir viviendo sin volver a bajar la escalera de lo indefinifible. Otra vez. La niña que ha encontrado trabajo. El chico, que se ha colocado por fin en las oposiciones. La vecina, que ha conseguido por fin jubilarse y que tiene novio nuevo del Tinder. El Ayuntamiento, que vuelve a cortar el Realejo otra vez. Porque no hay cosa mejor que hablar de las obras municipales para evitar que la charla en la cola del estanco acabe derivando a una hipotética catástrofe nuclear de la que no quedaría nadie en pie. Con lo que van a gastarse en el Realejo, Vladimir, ni media broma con la destrucción total de la vida humana sobre el planeta Tierra.

Se ha muerto Carmen. Y Eduardo. Los parroquianos mayores de la taberna que le daban picante a las conversaciones. Estaban delicados, los pobres. Tocan a difunto en la parroquia. Hace buen tiempo. Todos en mangas de camiseta buscando el vaso helado de este calor anticipado, inmerecido. Las gafas oscuras para protegerse de este sol de invierno y para esquivar al último estúpido que te llega con la consigna. Es que había nazis, te dice. Y no lo mandas al carajo porque siempre es mejor preguntar por la cruz de mayo. Que cómo lo ves. ¿Este año sí?

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