Recientes acontecimientos políticos me llevan a pensar una vez más si no es absurdo participar en la cosa pública. Personalmente vengo haciéndolo con sumo gusto como colaborador de ABC Córdoba, medio que siempre ha sido respetuoso con mi libertad. Digo esto al observar que aquello que hago con la única intención de generar debate, aportando una visión personal de las cosas, sólo sirve para ganarme la enemistad de unos políticos que sólo gustan oír las alabanzas de los aduladores que han sido o esperan ser conectados digitalmente a las ubres del Estado.

Políticos que no están dispuestos a atender el sentir ciudadano sobre aquello que hacen o dejan de hacer. Acostumbrados a rechazar todo lo que diga la oposición, desatienden cualquier opinión venga de donde venga. Incluso si quienes confiaron en ellos emiten opiniones que no son de su agrado, el político o sus acólitos los descalifican diciendo que hacen labor de oposición.

Lo sucedido recientemente en el PP es consecuencia de lo dicho anteriormente. Pero no sólo los líderes del PP padecen esa enfermedad tan poco democrática. Los que conforman o apoyan al Gobierno de España, mintiendo y usando la doble vara de medir para enjuiciar las cosas, actúan de igual manera. Todos tienen una obsesión enfermiza en controlar la opinión pública y domeñar a los medios de comunicación.

Esa enfermedad, tan propia del despotismo, los lleva a descalificar, como fachas o rojos según el caso y siempre como engreídos, a todos aquellos que ponen en duda su labor enjuiciando sus acciones u omisiones. Esa manera de actuar en política lleva a los ciudadanos a pensar que es absurdo participar en democracia, ya que no sirve para nada. ¿No es realidad que los partidos, vulnerando la Constitución, han dejado de ser instrumento fundamental para la participación política? ¿No demuestran sus líderes despreciar el sentir ciudadano atendiendo solamente a su particular interés político?

Si dolorosos son los ‘silencios forzados’, mucho más dañinos para la democracia son los comportamientos políticos que llevan al Pueblo a adoptar ‘silencios voluntarios’.

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